
El logro, un avance tecnológico de alto nivel, fue alcanzado por investigadores del Laboratorio de la Reproducción en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas del Instituto Tecnológico de Chascomús (IIB-Intech), perteneciente a la Universidad de San Martín y el Conicet.
La historia comenzó hace alrededor de dos años, cuando Rodolfo Ugalde, jefe del equipo de científicos que llevarían adelante la tarea, le planteó este desafío a su becario Adrián Mutto. "Me dijo que había productores interesados en clonar animales de alto valor genético y me preguntó si estábamos en condiciones de hacerlo -recuerda Mutto, licenciado en biotecnología que la semana próxima recibirá su título de doctor-. Con los veterinarios Germán Kaiser y Nicolás Mucci no dudamos en decirle que sí."
La conveniencia de semejante operación, dice Mutto, es fácil de comprender: si todo sale bien, en lugar de tener un macho de 300.000 pesos o una hembra que produce 20 embriones por temporada, uno tiene dos de cada uno.
En este caso, el toro fundador proviene del Centro de Inseminación Artificial La Elisa y de la empresa ARG Natural Beef. Ellos financiaron el proyecto, que costó unos 150.000 dólares, y la universidad puso el conocimiento.
En 2007, los científicos fueron hasta un campo del Chaco y tomaron muestras de alrededor de un centímetro de diámetro de células de la oreja de machos y hembras campeones elegidos.
Una vez realizado el cultivo primario, guardaron los fibroblastos (células del tejido conectivo) en un tambor de nitrógeno líquido, a 196 grados bajo cero. "A esa temperatura pueden mantenerse años", acota Mutto. Y enseguida agrega: "Cuando decidimos usarlas, las descongelamos, las volvimos a la temperatura normal de los bovinos (que es de 38°5) y quedaron stand by esperando la clonación".
Nota Completa (cliquear aquí)
FUENTE: La Nación